jueves, 20 de octubre de 2011

Señora del vinilo

Un tío de frac y peinado tan brillante como las cámaras.
Ah, y no olviden las patillas, orgullosamente rebeldes y salvajes, como los próceres de los museos.

Baja el vestiido, jóvenes, y yo sé que a ustedes eso no les dice nada, que todas andan ahora con la piel pintada de tela, así que la palabra vestido les sabe a alien en los oídos...

Pero a nosotros se nos prendía la fe, les digo riéndome en la cara de los predicadores furiosos, se nos prendía la fe viendo ese vestido, tan cerca tan cerca, ver esos ojos simples, sin un pelo, sin una pestaña, pero los parpados somnolientos mientras la falda del vestido iba bailando con la sombra con las sombras de los reflectores.

Sonríe, con una sonrisa que no se frunce, el ceño no es hostil. Como si le diese rubor saber que todos estamos aquí, jóvenes, desharrapados, horrorosamente trajeados, en primera fila por ella.

Allá arriba, en un baile con el violín, arriba y abajo, el piano nos comenta sobre cada paso de su voz, tensa pero movida como el eco de un acorde de guitarra.

Lo envidiamos: al pianista, porque en el piano queda, como un brazo recostado, el paso de una onda del tono de su voz. Las manos del pianista son seguras, pero sus costillas vibran como un pájaro aplaudiendo.

Pero el micrófono es quien se gana todos los celos fruncidos.Con cada nuevo gesto del labial, con cada nuevo color de la voz, subida o caída de los omoplatos, como un tono que admira a los oídos, el es quien vive en su inacabable sonrojo invisible.

Maldito suertudo.

Solo nos queda hacer que los ojos sean reflectores, bailando tango cerca, muy cerca, con el negro, la sombra suya y su vestido, mientras desacelera, se despacia, lenta lenta su voz....

Y la cogen a besos nuestros aplausos y se hace el amor entre su venia y nuestros hurras.Un segundo, un segundo, y se llega al clímax del concierto en vivo.