sábado, 31 de julio de 2010

Peregrinación del vidrio

No hay espacio para las aristócratas de manos débiiles y graznares imperativos en esta esclavitud de los dedos sufridos y nervios templados. Donde no se requieren músculos de potro, de esos que hacen jadear de gusto a las amantes, pero sí dedos de ave rapaz, dedos que no tiemblan con las torturas de los fardos...Dejemos así.

Solamente es cargar esos dólmenes transparentes día y noche, que solo se pueden llevar con los diez dedos, nada de poner las palmas sudorosas sobre ellos (un golpe de látigo cae sobre la espalda) nada de usar más que lla tercera falange de cada dedo.

El castigo por dejar caerlos es cosa que no se puede expresar en ningún idioma. Lo hemos visto muchas veces, todavía nos embruja los dormires, pero no hay nada que hacer.

Hasta que tengamos los dedos largos y duros como patas de pájaro rapaz, estaremos aquí, cargando estas placas sin saber porqué. Hasta que no sintamos nada en las manos, los capataces nos tendrán aquí, para mayor capricho de las damas y los nobles.

No habrá descanso, no hanrá dolor, no hanrá forma de salir manteniendo la humanidad y la cordura.

jueves, 29 de julio de 2010

Se sonrojan las maderas

No te oímos rueda, no te oimos desde el otro lado del continente, allá lejos donde buscamos la calle aquella, el andén feliz, la calle ancha de cielo tranquilo, donde pasó una mujer sin nombre de saludo en la mirada fugaz.
Allá lejos donde ya no podemos ir, donde ya no pasa la mujer cuya irada no houyo de la cara perdida entre la anchura del andén y los pasos de la rutina del tour.

Era grande el sol, pero no era esa bola grande de la que todo el mundo habla, siempre la misma, es ese cielo que no se ve, solo se ve el brillo, solo la luz, y la calle está allí, está para andarse, no hay prisa, o al menos ese era el deseo, sí ese es el deseo, de caminar por el andén inmenso, sin prisa, sin voces en el oído apurando los nervios, sin turistas estúpidas graznando sus preguntas.

Sólo importa la calle, los cafés, el bolsillo justo y preciso y el recuerdo de los ojos, sentir como la madera de los muebles se calidece, como la faz cuando no hay prisa en la calle, las manos van perezosas pero serenas en los bolsillos, pasar por lado de las mujeres sentadas, de ojos tranquilos y poses calmadas.

Se le dice todo eso a la madera, pero como el sol se viste las verguenzas con un árbol, no sabemos si está sonrojada.

viernes, 23 de julio de 2010

Torres color tarde

Se sonrojan como doncellas humilladas, en los atardeceres que hacen llorar sangre a los ateridos de frío, ahítos de indignación, saturados de tener las espaldas desnudas de brazos.
Pasar la calle, huyendo de las puertas tiranas, y en un momento miran la tarde.
No ese sol de siempre, no esas nubes, cuya maravilla dura apenas segundos de cada día.
Son los largos ladrillos, esos que que se colorea de ese color que solo le decimos tarde, no es más que tarde, no es ni el pájaro cuyos gorjeos aletean en lo almibarado de las serenatas prefabricadas.
Son tiempos, son vestigios, de otras tardes distintas, cuando los pájaros no eran fastidios para la tabla periódica de la atmósfera.
Solo hay que estar verlas ahí, contra la música ruidosa de los obreros.
Diferentes a todas esas acuarelas aburridas.

sábado, 10 de julio de 2010

Esas herraduras son muy duras, caballo

No es fácil andar por las sabanas de hojas aohgantes, aires termales,
suelos que matan los huesos.

Duelen las sillas, duelen los pasos, y los huesos crujen. Los matan, ya se dijo, pero lo hacen lento, aplastando con un dolor mudo, sofocante, como usar demasiado abrigo que mata por calor a la postre. El camino no existe, y a los ingenuos que dicen aquello de " haz tu camino con la frente en alto y una sonrisa de cascada" les dicen, a su vez, que el aire quema, derrite y vuelve masas fundidas a las caras.

¿Porqué hacer estos terribles viajes, solamnente para visitar a los Ermitaños de la Atmósfera? dicen los nobles ociosos. No sé que decir yo, que solo voy de ida y vuelta, sufriendo con estos condenados hierros en los pies.

Curiosamente hoy me tocó uno que le pasó lo mismo a su bajada del edificio de las palabras. Su hueso izquierdo venia marcando un compás raro... como si le gritasen los huesos en los pies, como me gritan las costillas a mi cuando las damas ricas, y gordas, y mal perfumadas, con sus potrillos,!qué digo!, sus críos, o lo que sea que tengan los de dos pies desnudos, esos que te azotan los pies, se aturden y quedan sin foco con el humo blanco que se respira bajando. Afortunadamente el cojo, como le decimos, venia tranquilo, y nunca se mueve, no grazna, no cacarea, no se dedica a hablar en voz alta, pensando en su familia perfecta, no ensaya absurdas combinaciones de cabellos y ropas, no hay comidas de sonrisas plásticas, esas que hacer sentir esa cosa rara y horrible en las mejillas(y conste que nostros casi no las usamos) en quienes las ven, lo dicen, digo, lo han dicho, otros viajeros mendicantes que hemos llevado.

Los miran por encima del hombro, esas engoladas y sus mascotas, perdón, sus hijos, a nuestras cargas livianas, nuestros desharrapados. Y lo hacen con sus mismas irritantes sonrisas humanas,sus gargantas irritantes que nos hacen pisotear exasperados(auch!), cuando hacen ese horroso sonido que los humanos llaman risa.


Pero esa es una tortura que tiene sus descansos y respiros para poder rumiar tranquilos. Los jinetes silenciosos, esos pasajeros que solo se dedican a mascar pajas y se bajan cuando ya estamos arriba. No son carga, no nos lastiman las pieles duras, ni las costillas, y nos dejan la paja masticada como recuerdo.

Pero hay descanso, descanso cuando pasamos por el valle del solo camino, donde el viento no molesta, el sol no quema ni hace sudar ni calienta, y la tierra es perfecta para caminarla. A veces los pasajeros se animan a tararear alguna canción de sus tierras natales, otras se ponen a hablarme, animados y tranquilos.
Es bueno, digo yo, así no me duelen tanto estos zapatos, no me duelen las costillas.
El viaje es corto, el pacífico, porque luego hay que volver a subir, volver a trepar los senderos que se rompen a punta de trocha contra las montañas.

Es duro, es duro, pero con el pasajero adecuado, se sangran menos los pies.