jueves, 29 de julio de 2010

Se sonrojan las maderas

No te oímos rueda, no te oimos desde el otro lado del continente, allá lejos donde buscamos la calle aquella, el andén feliz, la calle ancha de cielo tranquilo, donde pasó una mujer sin nombre de saludo en la mirada fugaz.
Allá lejos donde ya no podemos ir, donde ya no pasa la mujer cuya irada no houyo de la cara perdida entre la anchura del andén y los pasos de la rutina del tour.

Era grande el sol, pero no era esa bola grande de la que todo el mundo habla, siempre la misma, es ese cielo que no se ve, solo se ve el brillo, solo la luz, y la calle está allí, está para andarse, no hay prisa, o al menos ese era el deseo, sí ese es el deseo, de caminar por el andén inmenso, sin prisa, sin voces en el oído apurando los nervios, sin turistas estúpidas graznando sus preguntas.

Sólo importa la calle, los cafés, el bolsillo justo y preciso y el recuerdo de los ojos, sentir como la madera de los muebles se calidece, como la faz cuando no hay prisa en la calle, las manos van perezosas pero serenas en los bolsillos, pasar por lado de las mujeres sentadas, de ojos tranquilos y poses calmadas.

Se le dice todo eso a la madera, pero como el sol se viste las verguenzas con un árbol, no sabemos si está sonrojada.

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