lunes, 2 de junio de 2014

El sabor de todas las farmacias

En estos tiempos, las pastillas van dentro de toda nevera, como los desayunos, dentro de toda ducha, como los champús,dentro de cada armario, como los abrigos, dentro de cada cerebro, como los subconscientes. No es cierto que nueve partes de diez del cuerpo humano estén hechas de agua; en cada tejido ya no queda sino una farmacia completa, vademecums completos reemplazando cada célula, cada proteína. Cada aviso publicitario, cada nuevo artículo extravagante, cada nuevo descubrimiento probado(y refutado), cada teoría escarbada desde las profundidades de las revistas más esotéricas que puedan imaginarse. Algunas son para hacer que la sangre nade como la luz en el espacio, sin el peligro de los agujeros negros que congelan las venas, otras, para no dejar que los granos de arena que forman la imperfecta pirámide que somos no se venga al suelo. Eso dicen. Los señores y señoras Planas, esperando tener la muerte más saludable del mundo, que han hecho todas las dietas, las nuevas que contradicen a las primeras que hicieron, a las futuras por hacer(que contradirán a las primeras). En algún momento, no habrán necesidad de farmacias, ni médicos, ni gurús alternativos. Simplemente habrá que desenterrar todos los ataúdes del siglo, y comer de los muertos. Así, los médicos dejarán de trabajar, los farmacéuticos entrarán al paro, y los maestros de la nueva era dejarán de ser una carga para los medios. Si comemos todo lo posible a lo largo y ancho del sistema solar, lo inimaginable incluso, los cementerios y mausoleos serán, sin dudarlo, nuestras futuras despensas. Los sepultureros tendrán manos callosas de trabajos interminables, y los médicos dejarán de tener razón de ser.Bueno, no los hospitales, ni las funerarias, qué serán galpones para engordar y fortificar a los nuevos dispensarios del mañana.

lunes, 12 de mayo de 2014

Donde los mapas se borran del mundo

Seis años, diez meses, ocho días, cinco minutos y contando. O puede que sean más, no lo sé. Aquí adentro se van borrando poco a poco las cuentas de los días, se olvidan las estaciones, cuándo llueve, cuándo es el tiempo del sol imparable, cuándo el cielo está negro como un túnel de mina.Sólo sabemos que el sol alumbra, o que llega la noche. Nada más. Pero no importa, no es importante, no nos importa. No somos trabajadores de campos o cazadores, para andar angustiados por cada paso de nube, cada vez que brilla un rayo de sol o se mueve una gota de río.Aquí nada de eso interesa. Hay cuatro paredes, y afuera de las cuatro paredes un muro, y entre éste y aquéllas sólo patios, solo patios para caminar. Nada más para hacer,excepto dormir en las celdas, comer, sumar nuevos hedores a los precedentes, y ya. Desde que entramos, dejamos de sentir frío, sentir dolor, sentir cansancio, sentir la sangre de la heridas, sentir la punzada aguda de los puñales, el apretón duro de las esposas, el estruendo de los megáfonos y los helicopteros, la saliva de las mordeduras de los sabuesos. Como nadie se enferma, ni se desangra, no hay necesidad de médicos. Las fracturas, magulladuras, huesos rotos, sangrados, heridas, moretones, venenos, quemaduras, mutilaciones y demás no existen. Nunca han exisitido y parece que no van a existir;no, es que no van a existir. De tanto en tanto, llegan nuevos residentes, todos con las mismas expresiones iniciales. Furía, un desafío apenas reprimido en las cejas tensas y los rostros duros.Siempre son así, con una que otra variación. No importa. Con el tiempo los planes, las actitudes, los esfuerzos se acaban. Con el tiempo se olvidan los crímenes, las penas, las condenas, los orgullos del crímen. Se olvidan los nombres, las caras, las familias, los amigos, los secuaces, los días, los lugares, las fugas...que nunca se hicieron.

sábado, 12 de abril de 2014

Sobre la calle árida, las cenizas del tiempo

El reloj se retorció como un trapo escurrido por manos lavanderas y cayó entre el estruendo de la catástrofe. En los andenes, la gente se rompía los huesos entre sí, apretujándose, todos desesperados por volver a salir, engastando los pedazos de ventanas, de vidrios contra la piel. El eco de los trenes desgarrándose de sus rieles corría entre las heridas de los edificios, las ventanas abiertas como una herida a aire limpio. Esas cucarachas que llaman hombres están en las raíces de los edificios casi caídos. El sol negro, las nubes de fuego,y una estrella que cae alborotada a lo lejos. Posiblemente algún anciano hable de las fechas en que los ancianos de otros ancianos anteriores a él hablaban de imágenes en las paredes que se movían. Pero ya nadie sabe como se llamaban esas imágenes; se cree que hablaban de cómo empezó todo el mundo muerto, de los edificios muertos, de las vías partidas en millones de pedazos, del aire venenoso, de los hombres que se volvieron monstruos. Debajo del suelo, donde la vida sigue latiendo desesperada, poco a poco se recuperan las cosas del tiempo anterior.O se pierden. Puede que sea para siempre, puede que no. Bajo la corteza del mundo,debajo de los mares donde no vive nada, los hombres hacen latir el fuego. Sin embargo, ya no pueden usar los legados del viejo mundo. Rumbo hacia un nuevo sol, el que está escondido bajo las piedras sin fin. Hacía abajo, hacía abajo, que arriba no hay nada. Ni siquiera la muerte.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Concreto

Jamás irte por las ramas, decían, jamás irte por las ramas, repetían, dedo al aire, la nariz orgullosa. Los salones del mundo, las estancias, todo grande, todo inmenso, como un pupitre sobre el cual cae el dedo, o mejor aún, el puño infalible, certero pum, dictaminando con toda la confianza, con toda la autoridad, con todo el ego. Hay que correr, cada peldaño, cada escalinata, precisa la línea desde el punto uno hasta todos los que vengan después, una línea línea, no curva, no nanométricamente curva, no, siempre precisa, como un horizonte visto con telescopios del desierto, nunca ese ojo imparpadeante distraído por el polvo inmenso del espacio, no, siempre recto, siempre recto, así lo dicen ellos, así lo decían tus memorias, pum, temblaban sus gargantas, pum, temblaban los escritorios, pum, temblaba el miedo tuyo, pum, y los papeles, tus manos, tu día, tu vida, se hacían polvo, arena líquida, sudor de manos, polvo, nada, polvo, nada, nada. Te querías tener de pie, con todas las fuerzas, como tocaba, como toca, como tocará, se debía hacer,porque eso se dice, frente al temporal esgrimir la mandíbula, la postura recta, recta, los pasos seguros, pum, la vida planeada, pum, la vida sin dudas, pum, todo medido, preciso, exacto y cronometrado como un trabajo de universidad que le saca-no le arranca,no- sonrisas de orgullo a los profesores con ojos de guillotina,pum. Salta la mesa, salta el salón, salta el parque vecino con sus árboles precisos. Y luego era la época de la espera, de estar ahí, afuera, a un lado de la puerta cerrada, tan grande, tan vacío el edificio, esas personas tan lejos lejos, y tú ahí, ahí todavía sintiendo como saltan la mesa y todo el salón, la mesa y tus costillas, tú y tu sudor frío, el sudor y las manos que se deshacen, se deshacen, se deshacen. Pero deberían estar ahí, los puños firmemente bajo la llave de la muñeca que acalla el estruendo de las venas, el zumbido de la cabeza los pasos que se desmoronan, no se puede, no es posible, las rodillas son cal vieja que no se repara, no hay paso fuerte y escaleras que se hacen agua, la lengua que dice cosas distintas de la cabeza, sin saber porqué hay risa, ¿había chiste? ¿no había chiste?, y así se va diseminando, poco a poco, sin lograr mantener los terrones de tú, regándose escaleras abajo como una parra por las paredes, y allá vas, camino abajo, sin oír las llamadas de la secretaria, las llamadas preocupadas de la secretaria, sin ver a quién empujaste por no ver con los ojos derrumbados, no saber cuándo saliste, cuando acabaste corriendo, cuando sentir como el planeta ya no tuviese atmósfera y la garganta sin aire sin cuerdas, todo ido, todo negro, todo como un planeta vacío y querer que todo esté vacío, vacío y sin el pleigro de saber que ya no tendrás año.