sábado, 29 de mayo de 2010

Marinos de las supernovas

Son buenas personas, aunque son soldados peligrosos, y todos estamos bastante precavidos cuando estamos en medio de ellos.
Son silenciosos, se mantienen siempre entre ellos y cuando alguna de las chicas va e intenta ofrecerles negocios...ustedes me entienden, hay que vivir en este esapcio enorme, en estas terroríficas nebulosas que desde el otro lado de la galaxia se ven tan bonitas.
Y si eso significa que una se tiene que vender por unas horas para conseguir dinero e información de algún cadete ingenuo...¿quiénes somos nosotras para decir que no?

De cuando en cuando, encontramos alguno de los verdaderamente jóvenes. Ni siquiera tienen barba para pelar, ni cicatrices de las máquinas afeitadoras en su cara. Detrás de esos uniformes, de esas corazas, de esas armas demasiado pesadas, son solos niños aterrorizados, que no llegarán a los treinta años con el cuerpo entero...
Al menos podemos abrazarlos hasta que dejen de gritar en medio de sus pesadillas.

Sería bonito poder ayudarlos, poder acompañarlos en sus paseos, a los pobres niños,
pero el mar vacio es infinito, y no sé si volveré a verlos.

La Matrona me dice que no hay tiempo, que pronto habrá que cambiar de flota, hacer trasbordo hacia otros cielos, conocer a otras bolsas de carne, y olvidarnos de estos mendigos de lunas en ruinas, cráteres de guerra, planetas fantasmas.
Paraque no me vean las lágrimas de nana fallida, que vengan los maquillajes, para que no me vean el temblor en los puños, un velo lujoso y vano entre los brazos,
y la sangre de madre fallida y joven, pidiendo un último abrazo, un último beso en la frente,k que serán totalmente inútiles, una chispa absurda de fósforo en tanta negrura abrumadora del espacio vacio.

lunes, 17 de mayo de 2010

Mundo infernal(Una imagen de Masuji Ibuse)

Por las cenizas campo bajan las gentes que no tienen ropa.

Bajan los que no tienen ropa, las pieles demasiado duras pero las suelas de los pies dejando huellas de sangre sobre los guijarros chamuscados. El aire es condenadnamente frío pero ellos solo... siguen caminando, lentamente, sin parar ni un segundo, borrosos, indefinibles las voces y los lamentos.

El aire caliente, la lluvia negra como pez, que cae sin sonar ligera, sonora, sino con un sonido pastoso, como baba gigante chocando contra el piso,las pieles cenizas, en forma literal.

A través de esta llanura casi infinita, sobre los rieles de los trenes donde casi nos asfixiamos de tan poco aire, y donde el tren se mueve tan rápido que no puede entrar el aire ardiente para darnos un nuevo respiro.

Además se nos endurecen los dedos de tanto sujetarnos a las barras del techo: No hemos podido soltarnos en muchas horas...¿o son días?. Hiede a porquería, se oyen chillidos de bebés, de niños, pero se callan porque segundos después alguien los arroja por la ventana.
Es necesario, antes que los otros pasajeros entren en un arranque de furor y comiencen a lincharse unos a otros.
Nos pasó hace mucho, al inicio de nuestro viaje, en uno de los vagones de atrás, y fue tanta la masacre, que el Maquinista tuvo que desconectarlo para luego descarrilarse en una tremenda explosión. Los demás, o al menos el resto de los que estábamos en nuestro vagón, no pudimos hacer nada, y las protestas hubiesen sido algo absurdo:El caos hubiese subido vagón por vagón, y nadie hubiese podido salir de aquí con vida.

Cuando me canso de hablar para mis adentros ( como me pasa en estos instantes)me despierta el dolor en el tobillo, y le doy un golpe al hombretón gordo que siempre me pisa.

Nunca se ha quejado. Además, no creo que sienta nada, es más grueso que un sofá de lujo, y tampoco le he visto moretones de las vecesque le he pisado.Creo que aún si le clavasen la punta de un bastón, no reaccionaría de ninguna forma.

Además, con el poco aire, el vértigo y la velocidad, no tenemos tiempos sino para desmayarnos, dormir negramente por unas horas, y luego despertar cuando alguien nos aplasta, pisa, o empuja. Así fue como me lesioné del tobillo.

Una vieja bruja, de esas arpías que se trae su hato de chucherías completo para el viaje, amén de una moneda bajo la lengua, se subió al vagón y se sentó al lado mío.No sería gran cosa de no ser porque traía un bulto, pero lo que se dice un



bulto de chucherías, vaya uno a saber qué: el caso es, viene la urraca, se sienta, se queja de mi olor, y sin mirar hacia anajo, deja caer el mencionado sobre mi pie. No recuerdo si grit´´e, si me dolió, si se me durmió el pie. Unos minutos más tarde, entre tres hombres me estaban separando de la ventana, donde las piernas y el torso de esa momia estaban aleteando en el aire, el piso, el asiento y algunos vecinos estaban manchados de sangre. No fue sino darme cuenta que tenía los nudillos con las marcas de los dientes de la señora.
Un hombre, enfermero supongo, hizo lo que pudo por emparejarme los huesos del tobillo, aprovechando que todavía no sentía nada, pero no quedó bien. Desde aquel entonces, quedé cojo de un pie, con un equipaje extra absolutamente inútil, mechones pelirrojos( por la pésima tintura de la criminal) bajo las uñas, y un dolor constante en el empeine.

Aunque el enfermero se arrojó del tren unos días más tarde para seguir el camino a pie, tiempo después una curandera, llegada en otra estación, aceptó ayudarme con mi cojera. Ocasionalmente somos compañeros de camarote, sin grandes pasiones ni los éxtasis de los que hablan las amigas de las fotonovelas. La mujer tiene los dientes color ambar, aunque relativamente joven, huele a alguna sustancia desagradable de su oficio(ella es quien despide a los azuloscuros que fallecen aplastados o ahogados en el vagón, no me pregunten más) y su piel, mirándola con cuidado, está llena de verrugas, hinchazones, y demás restos de alguna enfermedad.

Ella no me pregunta nada sobre como acabé así, y yo no lo pregunto nada sobre su trabajo. Creemos que en unos meses volveré acaminar completamente bien, sin importar que mis nudillos sigan teñidos de sangre.

Ayer pasó un vigilante a controlar que no estuviésemos armando demasiado jaleo.
Nada especial, solo pasó, comprobando que la gente estuviese apretujada una contra otra de la manera menos incómoda posible. Y si eso incluye cambiar el pie al que estás pisando, así sea.Al menos los pies descansan por unos instantes.

Cuidado, cuidado, permiso señora, deje pasar a los niños.
Ahora, agárrense bien de las manos, no se suelten por nada del mundo. Amigo, ¿me haces el favor de sujetarlos bien cuando salten del tren? Gracias. No, no, yo no me bajo en esta parada. Y no me digan señor, que no soy un viejo.
Ahora bien, agárrate duro de tu hermano, niña, y tranquilos, que aqui ya estarán seguros. Dos horas más adentro llegarán a la Ciudad de la Lluvia.No se detengan, no hablen con nadie más y sigan, esa ropa que tienen les servirá para la lluvia.

Ya saltaron, bueno, nada más puedo hacer por ellos. Es seguro que no sobrevivirán al resto del viaje, pero al menos llegaron hasta aquí. Esa es la historia de no se cuántos más, jóvenes y viejos, que huyen desde lo alto para venir a vivir libres aquí.

Porque de resto, no hay nada más donde vivir, todo está quemado y arrasado por el Fuego de Arriba.

Yo todavía no puedo ir. Hasta que no me sirva el tobillo, y venda estos trastos inservibles allá abajo, no puedo terminar este trabajo.

jueves, 13 de mayo de 2010

Los mausoleos cerrados

Algunos llegaban hasta el punto de dejarse las mejillas sangrantes.

Otros se mordían la carne de las falanges, con gesto sordo, y sin mirar a nadie más,
con las caras cubiertas.

Los de más allá se ponían a recorrer los pasillos gigantes de la ciudad cementerio, con pasos rápidos. Los más débiles entran en frenéticas carreras, hasta que se cansan y quedan sin aliento. Se quedan allí hasta que los hacemos reaccionar. Algunos lloran, muy silenciosos, hipando por lo bajo.

Otros entran en un furor de violencia, y arremeten a golpear todo lo que sus ojos alcancen. Sus compañeros, las paredes, las columnas gigantes, los relieves de las paredes, sus equipos de campaña. En esos casos, dice el sargento, lo que hacemos es noquearlos de un golpe, inmovilizarlos con amarres complicados, que apenas estoy empezando a dominar, y luego los dejamos bajo la vigilancia de dos centinelas.

Otros fuman esas mezclas de hierbas y semillas nativas de este sistema solar, o al menos, las menos potentes y letales para los humanos. Olvidan el hambre, el frío, la sed, el cansancio, el peso y la presión. Entran en una especie de hibernación, aunque sin dormir y sin perder la consciencia. No es que sea ilegal, para los homínidos, conseguirla, pero si es visto con desaprobación.

Otros preferimos salir a patrullar esta ciudad gigante, y ver la bizarra decoración. No, no solo los bajorrelieves y los murales, cada colmuna gigante, cada arco monstruoso, cada edificio, así no sepamos a ciencia cierta para que sirvan todos, o si acaso tuvieron algún propósito.

És curioso ver un mundo totalmente nocturno, donde no hay ni un rayo de sol amarillo, solo esas luces extrañas, que parecen cortinas, y una que otra estrella azul. Pero de resto tenemos que confiar en el calor del núcleo, y en las plantas de energía que tenemos instaladas a lo largo y ancho de este continente.

El planeta es grande. Un gigante frío, dicen en términos arrogantes nuestros científicos y exploradores. Nos tomaría semanas recorrerlo, y conocemos muy poco de él. Al menos aquí tenemos lo necesario para sobrevivir.

Además, no deseamos llamar mucho la atención. No en nuestra línea de trabajo.
No en este trabajo donde muchos de nosotros acabaremos en una tumba de estas ciudades fantasma.