domingo, 21 de julio de 2013

Sin olas, sin título

La caña de pescar sigue dormida como un cadáver de tiburón anciano, su lengua dormida en la eternidad de las algas del fondo. Un sauce raquítico, la cana sobre la orilla, y ningún anzuelo más que los ronquidos de las anémonas en lo hondo. De un lado la orilla plana, de otro lado, el pasto que da hacia las conchas muertas, y más arriba, los árboles que casi están de rodillas, el pelo negro una maraña que distorsiona el agua como una noche de lluvia en ventisca. En la última orilla, maderas echadas al limo como guijjaros del desastre, troncos desechos, árboles decapitados por rayos que ya se olvidaron. Sólo quedan los peces que rebotan por las cuatro esquinas sin formas del lago. Como gotas de lluvia desganadas camino abajo por la hoja, van, vienen, y tocan el hilo sin moverlo, sin tocarlo, y luego se alejan, se hunden, se desaparecen en la oscuridad que no se mueve. Las algas, con eras de ningún movimiento, se hacen camas para hibernar de los peces sin ojos, polvo que está vivo, agua que ya no vive. ¿Acaso había alguien queriendo pescar, algún origen de la caña de pescar, esa que está partida en mil pedazos,y sin embargo sigue buscando algo que pique? ¿En este paisaje que existe sin nada ni nadie?