sábado, 12 de abril de 2014

Sobre la calle árida, las cenizas del tiempo

El reloj se retorció como un trapo escurrido por manos lavanderas y cayó entre el estruendo de la catástrofe. En los andenes, la gente se rompía los huesos entre sí, apretujándose, todos desesperados por volver a salir, engastando los pedazos de ventanas, de vidrios contra la piel. El eco de los trenes desgarrándose de sus rieles corría entre las heridas de los edificios, las ventanas abiertas como una herida a aire limpio. Esas cucarachas que llaman hombres están en las raíces de los edificios casi caídos. El sol negro, las nubes de fuego,y una estrella que cae alborotada a lo lejos. Posiblemente algún anciano hable de las fechas en que los ancianos de otros ancianos anteriores a él hablaban de imágenes en las paredes que se movían. Pero ya nadie sabe como se llamaban esas imágenes; se cree que hablaban de cómo empezó todo el mundo muerto, de los edificios muertos, de las vías partidas en millones de pedazos, del aire venenoso, de los hombres que se volvieron monstruos. Debajo del suelo, donde la vida sigue latiendo desesperada, poco a poco se recuperan las cosas del tiempo anterior.O se pierden. Puede que sea para siempre, puede que no. Bajo la corteza del mundo,debajo de los mares donde no vive nada, los hombres hacen latir el fuego. Sin embargo, ya no pueden usar los legados del viejo mundo. Rumbo hacia un nuevo sol, el que está escondido bajo las piedras sin fin. Hacía abajo, hacía abajo, que arriba no hay nada. Ni siquiera la muerte.