sábado, 10 de julio de 2010

Esas herraduras son muy duras, caballo

No es fácil andar por las sabanas de hojas aohgantes, aires termales,
suelos que matan los huesos.

Duelen las sillas, duelen los pasos, y los huesos crujen. Los matan, ya se dijo, pero lo hacen lento, aplastando con un dolor mudo, sofocante, como usar demasiado abrigo que mata por calor a la postre. El camino no existe, y a los ingenuos que dicen aquello de " haz tu camino con la frente en alto y una sonrisa de cascada" les dicen, a su vez, que el aire quema, derrite y vuelve masas fundidas a las caras.

¿Porqué hacer estos terribles viajes, solamnente para visitar a los Ermitaños de la Atmósfera? dicen los nobles ociosos. No sé que decir yo, que solo voy de ida y vuelta, sufriendo con estos condenados hierros en los pies.

Curiosamente hoy me tocó uno que le pasó lo mismo a su bajada del edificio de las palabras. Su hueso izquierdo venia marcando un compás raro... como si le gritasen los huesos en los pies, como me gritan las costillas a mi cuando las damas ricas, y gordas, y mal perfumadas, con sus potrillos,!qué digo!, sus críos, o lo que sea que tengan los de dos pies desnudos, esos que te azotan los pies, se aturden y quedan sin foco con el humo blanco que se respira bajando. Afortunadamente el cojo, como le decimos, venia tranquilo, y nunca se mueve, no grazna, no cacarea, no se dedica a hablar en voz alta, pensando en su familia perfecta, no ensaya absurdas combinaciones de cabellos y ropas, no hay comidas de sonrisas plásticas, esas que hacer sentir esa cosa rara y horrible en las mejillas(y conste que nostros casi no las usamos) en quienes las ven, lo dicen, digo, lo han dicho, otros viajeros mendicantes que hemos llevado.

Los miran por encima del hombro, esas engoladas y sus mascotas, perdón, sus hijos, a nuestras cargas livianas, nuestros desharrapados. Y lo hacen con sus mismas irritantes sonrisas humanas,sus gargantas irritantes que nos hacen pisotear exasperados(auch!), cuando hacen ese horroso sonido que los humanos llaman risa.


Pero esa es una tortura que tiene sus descansos y respiros para poder rumiar tranquilos. Los jinetes silenciosos, esos pasajeros que solo se dedican a mascar pajas y se bajan cuando ya estamos arriba. No son carga, no nos lastiman las pieles duras, ni las costillas, y nos dejan la paja masticada como recuerdo.

Pero hay descanso, descanso cuando pasamos por el valle del solo camino, donde el viento no molesta, el sol no quema ni hace sudar ni calienta, y la tierra es perfecta para caminarla. A veces los pasajeros se animan a tararear alguna canción de sus tierras natales, otras se ponen a hablarme, animados y tranquilos.
Es bueno, digo yo, así no me duelen tanto estos zapatos, no me duelen las costillas.
El viaje es corto, el pacífico, porque luego hay que volver a subir, volver a trepar los senderos que se rompen a punta de trocha contra las montañas.

Es duro, es duro, pero con el pasajero adecuado, se sangran menos los pies.

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