Bajo los pies un sabueso dormido, el viento perezoso cojeando por el rancho y a lo lejos la llanura vacía.
Supongo que estos días que quedan se tienen que disfrutar. No queda nada de trabajo por hacer, de momento.
Está bien, algún otro vendrá a ocupar este rancho, otro vendrá a trabajarlo, otro vendrá a acostarse en esta hamaca, soñando con las mujeres que viven del otro lado del reino, esas que montan a caballo, derrotan mil ejércitos vistiendo las armaduras más elegantes y las espadas más bellas que puedas imaginarte. Aquella generala que me compró, para ella de regalo de bodas, le bordé un velo y un vestido. Tres meses me tomó la tarea.
Hay, pensándolo bien, bien poco para llevar. Apenas mi montura, mis ropas, una bolsa con mis instrumentos de gremio, la caña de pescar, y la bolsa de monedas.
Cerrar los ojos otra vez, volver a dormir, y pensar en esa carta que me dió aquel arriero del bosque nevado. Un papiro con letra clara, y estas frases:
Te he comprado por mil monedas de oro, esposo. ven a mi hogar, esposo.
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