jueves, 22 de agosto de 2013

La cartelera incomprensible

Cada hora, cada día, cada mañana, salimos y sus sonrisas impresas nos golpean directo en la cara. Son humanos,nos dicen, siempre solícitos y listos a brindarnos una mano, como enfermeras de dientes irreales, caras demasiado blancas, cabellos lisos demasiado rubios, enfermeras ideales de países en los cuales jamás viviremos:eso son. Ayudarnos quieren. Eso dicen los letreros relucientes, de pasillos blancos y sin errores ni manchas.El cliente primero, el cliente puede confiar, dicen las sonrisas de los empleados, sonrisas imposibles, pero quieren no infundir miedo, parece. No hay peligro, ven, ven, dicen las sonrisas de las oficinistas plasmadas en los carteles gigantescos, sentadas en sus modernas oficinas, puedes confiar en nosotros, te dicen caras de todas las razas, todas las sonrisas bien maquilladas, bien planchadas las caras.Ah, son saludables los rostros de los canosos. Hay que tener fe te dicen, en las hileras que oxidan las piernas los mismos afiches que has estado viendo desde el desayuno y el almuerzo(que no pudiste comer) en un solo bloque de asientos imposibles, rodillas por doquier que amenazan con robarte los pagos(en consecuencia, de nuevo te graznarán en los oídos hasta el deseo de tener un cuchi- Nunca verás la cara del que recibe tu dinero( LA GERENCIA RECUERDA A SUS CLIENTES NO ENTREGAR DINERO POR FUERA DE LAS CAJAS GRACIAS) pero crees, con toda la fe del mundo, que estás bien, seguro, que te han pedido solo una cantidad, que las has dado, y que todo saldrá bien. Eso te han enseñado las carteleras donde los niños maravillados acompañan a sus padres a hablar con los oficinistas sonrientes, luego los muchachos relajados y tranquilos, descomplicados, atendidos obsequiosamente por empleados siempre corteses. Siempre la misma demasiada sonrisa. Cada minuto, cada día, cada regaño por los errores que fueron, que no fueron, por los que serán y por los que no, siempre yendo y viniendo, como los cinco minutos entre cortes de televisión.Uno detrás del otro, en perfecta hilera, en ronda eterna a gusto de la patrona criticante. Se ha seguido el protocolo, se ha entregado lo que se debe, se ha preguntado, se han recibido respuestas, según la costumbre. Sin embargo, henos aquí frente a los chirridos de la que sigue creyendo que algo salió mal. Siempre nuestra culpa. Qué algo no se leyó bien, y que por eso no llegamos con lo que debimos llegar al salir. Eso es mentira. Los carteles tienen letras enormes, las oficinas de los carteles están realmente iluminadas, se ven las fotografías de los clientes sonrientes que hablan con los empleados sonrientes, y parece que nadie tiene problemas y todos entienden a todos. Eso dicen los carteles brillantes, de cielos despejados, sonrisas demasiado grandes y demasiado blancas, de oficinistas con ropas demasiado planchadas y clientes con caras demasiado brillantes. Yo jamás he podido ser como uno de esos clientes.

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