miércoles, 25 de noviembre de 2009

Buscando el aire de la noche

Me convierto a la fe del fantasma, a aprender a andar con los pasos que confunden a los ladrones, dejan ciegos a los asesinos, y hacer ver a los espías como niños jugando a las escondidas.
Me dicen los sabios que una sombra ya no tiene padre, o madre, o hermano, o patria, o amante. Todo día es una sombra perpetua, todo andar es un pasar de lo Negro entre el mundo.
Ya no existe el hambre, el frío, ni los pies sangrantes de los peregrinos fabulosos. Ya el aliento no saldrá a hablar de su cansancio.
Ya los padres severos no me querrán como heredero de familia noble, o heredero de fábrica, o simplemente, futuro pasto de los buitres.
Esta noche, cuando se canse el viejo de llenarse la sangre de vino y la madre de matar el aire del mundo con sus falsos perfumes y sus habladurías, por la ventana de la cabaña me iré.
No más reyes, no más señores, no más amenazas con abismos de fuego, no más yugos o dedos apuntando desde arriba.
Ya está listo el hatillo, y cuando sea noche cerrada, con las estrellas alumbrando el pueblo, una habitación quedará vacía para siempre.

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