sábado, 16 de octubre de 2010

La peste (parte uno)

No le pongas atención al cura rabioso, ese que se considera lo blanco más puro,más limpio, así no use togas y casullas para gritar sus santas memeces.

Esos dos no nos trajeron la peste, pequeño, ellos ya venían infectados y enfermos, y nosotros ya estabamos agonizantes mucho, mucho antes de verlos aparecer en el pantano, pareciendo com naúfragos de algún desastre del cual nuestros Ancianos no tengan noticia ni memoria. Y créme, muchos de nosotros todavía recordamos cuando el agua del cielo tapó todo el mundo. Para que veas lo viejos que deberían ser.

Un investigador de personas aladas, un tal Mark Gabriel, decía que esos seres solo necesitan comer apenas unas cucharadas de algo cada semana, y con eso viven y respiran. Sin embargo, no le podemos creer al boticario del pueblo, un loquito que le gusta sentarse en las corrientes de los meandros a ver los restos de los naufragios y robar los cargamentos que llevan. Así es como entran las cosas aquí.


Ellos llegaron desde arriba, porque los cazadores de aligatores los vieron colgando de un árbol pantanero, enredados en ramas y mangles, como peces que no pudieron desovar. Pensaron en un principio que eran pájaros grandes y viejos, acaso muertos, porque las alas eran sucias, negras, las plumas casi deshechas, y el olor era horrendo como no se imagina.

Eran de aspecto enfermizo, y si bien tienen apariencia de hombre y mujer, nos fue imposible determinar su origen, nación, el nombre de su padre y madre, su lengua.Su porte era tan endeble, que los tuvieron que levar que llevar en hombros, un hombre adulto por cada brazo, hasta que los Líderes decidiesen que hacer con ellos.

Un hombre de alas grises, color fango, cabellos color barro aguado, y ojos sin color alguno. Bastante lamentable, con el cuerpo de un pollo desnutrido, con faz de haber estado en muchas golpizas y demás. La otra, de apariencia casi reptil, curvas huesudas, piel de manchas y cicatrices, enfermedades e insectos en ella, cuánta enfermedad. Ancianos y jóvenes a la vez, de algún lugar del mapa, de todos y de ninguno. Eso decían los bardos.

Cuando el pastor loco los vió, declaró que ambos eran hijos de las tinieblas, y que como tales debían ser muertos, para evitar que su maldad siguese infectando al pueblo, "igual que el Mendigo" decían las señoras finas, esas que se embaucan con los embustes del charlatán, y los oyen religiosamente, al tramposo del bolsillo y al tramposo del discurso. Todos nos hacíamos a un lado, y los niños idiotas hacían lo que todos queríamos, mandarles baro a la cara y ponerles termitas de colmillos duros en el rostro. En fin.

El Alcade declaró que nadie debía lastimarlos o intentar hacerlo, so pena de ser hundidos en lodo hirviente. Si ellos venían de Arriba, acaso sabrían la razón de estas tierras enfermas. Uno de los cazadores calló de un puñetazo al pastor loco y sus urracas antes que tuviesen la oportunidad de decir más sandeces. Al Pantano gracias por ese regalo!

Con los días, ambos recuperaron el aliento. No digo que fuese algo milagroso(como dirían esas cactúas de mal aguero), pero sí en palabras de los médicos "sorprendente, ¡en verdad!".Y las sorpresas no paraban.
Comer muy poco y sobrevivir así, no requerir de agua, solamente el aire, algo de sol, y nada más: Nunca conocimos gente o pueblo más extraño que esos dos.

Sus primeros pasos los dieron en una madrugada de cielo sangrante, como si en la nubes hubiese guerra.
Nadie más noto sus caras sombrías, como de duelo.
Excepto el ´"paria de la aldea", el odiado por los pastores locos, el de manto y el de ropas de ciudad, y sus seguidoras señoras locas, esas que aman a los embaucadores.
Yo, el Mendigo.

1 comentario:

  1. Precioso comienzo. Una novela que podría ser de largo aliento. Aun tengo que leer un poco más, para que el ambiente me empiece a envolver, pero todo indica que merecerá la pena.

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