viernes, 29 de octubre de 2010

Sírvase una tarde de no correr, pasajero

Y bien, las damas finas y las feas te pasaron de largo,qué más da.

Alistemos los baldes con agua, pidamos permiso a las damas en sus balcones, y que se preparen las espaldas trajeadas y las guitarras florindadas, que mañana los despertarán los besos... de los catarros.

Por eso mascamos hierbas del césped.. falso, y los pies se hacen una cama en el balcón. Que guste el romántico de la lluvia de barro y gomas del zapato.

Con los lomos contra un sillón, tranque la puerta con todas las sorderas posibles, en el cuarto de los amantes tenemos podredumbres para que las carnes no encuentren ningún gusto,no haya ruido de pelea ni jadeo amoroso.

No importa, es agradable ver al sol avergonzarse de las nubes, pésimas cubreposaderas, es gracioso oír las sillas y las lámparas que vuelan donde antes se oían los ladridos de pasión y demás.
Ajá camamera, otro cigarrillo y otra bandeja para esta habitación.

Serán las serenata colilleros para nuestras indiferencias, algo más cortés que las sonrisas de las bellas cuyos ojos miran a otro lado, y sí, no importa que sus sonrisas te estén perlando la noche, o como sea que frasees eso, al otro lado de la pared del balcón, sus tinieblos les hacen un nudo de3 gozo debajo de las faldas.

Paso apuremos el respiro y sigan las cejas escudriñando los misterios del veneno de la ciudad, ese fantasma que asesina primaveras para nuestro gusto, hace llorar y caer parejas de tórtolos con los ojos lloran dióxido de carbono.

Qué buenas las seis de la tarde en el cielo. Venga de nuevo de la mudez de la ventana que se cierra, y reinicie el reloj sus borrones de tanta basura. Los gorjeos de las parejas, las vajillas rompiendose contra las paredes de la pareja colorada de peleas moradas,y los chismorreos de las madres que encadenan a sus hijos aturdidos más del hastío que del calor.

Sentémonos pues, camarera, y para sorprender a tanto serenatero fácil, en lugar de amor, cosa tan predecible, hablemos de nuestros días y noches, de nuestras ojeras y canas, de pelo o del ánimo, no importa de dónde, hablemos sin pensar en deseos o romances o cortejos, pasa la botella y el humo, y te irás cuando sea tu hora.

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