sábado, 12 de marzo de 2011

Una grua solitaria

¿Estará tranquila, como yo, cuando la ciudad finalmente se vacíe?

No lo sé amigo chacal, llevamos años sin poder hablar. Bueno, no es que yo no hable, pero no logro entender sus manierismos e idiomas.

El palacio del príncipe es el más conversador. Cada ladrillo, tan aterradoramente bien conservador, me ha contado cada día, cad chisme, cada detalle indiscreto, cada segundos de todos quienes vivieron, nacieron, y murieron entre sus paredes. Y algunos que lo hicieron afuera de ellas.

Mientras tanto, a sentarme en una escalinata de la plaza, y ver a la gente huir con sus pertenencias. Los pobres, con su pequeño hatillo, y sus racimos de hijos detrás. Los trabajadores, con sus herramientas y sus familias, y los ricos gritando y corriendo de aqui para allá, pidiendo que sus carruajes estén listos pronto.

En las calles y en las puertas de las casas, los cuerpos envueltos en los sudarios.
Saliendo por el Oeste, a un tiro de piedra, poco más o menos, está el camposanto.
El suelo, la tierra y la hierba huelen a pez y brea, y con otras aguas más que le eche, el monte de sudario arderá hasta quedar hecho cenizas.

Por orden de su Alteza, la ciudad debe quedar totalmente vacía.
A excepción mía. El arma final contra los invasores meridionales.
El hombre peste, el hombre muerte, el hombre sangre, el hombre dolor.

Muy bien, es hora de convertir este lugar en un camosamnto solitario
para los futuros invitados.

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