domingo, 14 de marzo de 2010

La ciudad esponjosa

En un segundo, una copa de brassiere, invisible por la ropa de moda, muestra su trigonometría aún sin verse la verdad de su curva de algodón blanco.
Los ojos lo hacen en menos tiempo del que le toma a la pestaña cegar al ojo: o, como dirías tú, científico, en menos de un parpadeo.
En otro hundirlevantarse de los pisos (andenes, calles, escaleras,losas, ladrillos, y demás esclavos que sufren por suelas de todo tipo, una cara saludable, de facciones que no fastidian en su perfección como las de revistas, pero de todos modos arrancan una curva hacia arriba en las esquinas de los labios.
Pero estas impresiones se van esfumando, tal como lo hacen las calles y plazas frente a las pisadas inexistentes de un espía, un padrón, o un asesino.
Caras van y vienen, pasos neutros, inocentes, decididos, errantes, los falsamente discretos, los aprendices de ladrón, el mocoso que cree que por tener los dedos largos puede intentar hurgar en los bolsillos ajenos.
Se lo que digo, porque tengo a dos de ellos a mis espaldas, los tontos, que creen que van a robarme y cortarme el cuello.
Dos moscas queriendo ser arañas, sin saber que se están tirando de cabeza en una tela de arena movediza.
El de la izquierda es pesado, más o menos setenta kilos, de andar lento, absurdamente ruidoso,de movimientos torpes, bruscos, de aquellos que confía en la brusquedad y la burdeza para salirse con su botín.
El de la derecha, uno flaco, esmirriado, supongo que debe tener una carilla de rata de cloaca, huesos forrados en piel y mugre, amén de algún acero para intimidar mientras el bruto inmobilizar a la víctima.
Bueno, al menos el piso va a hundirse cuando dos pobres diablos desnudos, sangrantes, y con caras fijas en una mueca de desconcierto sepan qué es pisarle los dedos de los pies a la Huesuda de la Hoz.
LLegados al callejón, el ratón salta, anuncia su intención, mientras el gordo se queda atrás.
No es necesario verle la cara a estos dos futuros duremientes de los cestos de basura.
El piso va a moverse en mis oídos unos momentos más, y de aquí saldrá solamente una persona.
Cuando el suelo es tu aliado, nadie de mis subordinados, aunque ellos no lo sepan, se compara conmigo.
Hora de que la esponja gris succione alguna sangre que le sobra a esta metrópoli.

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