sábado, 26 de diciembre de 2009

La casa alienígena

Me mata la ausencia de olor a mí. Se espantaron esasarañas, tan invisibles de tan chicas, que me traían noticias de todos los suelos y los fantasmas que me traían noticias de todas las demás ciudades en ruinas.
ELsuelo brilla tanto, las paredes brillan tanto, que los ojos me duelen, las piel me arde de las cobijas tan nuevas, la ropa tan aséptica, los músculos me duelen de la piel tan cuidada.
Cuando quería un retiro feliz, en lo más alto del rascacielos de esta ciudad abandonada, llegó esa doctora, toda primor, todo horrible e inmundo primor, y con sus enfermeros inhumanos me sacó de mis ropas milenarias, de mis manchas de sabiduría, de mi pose prudente contra las sombras afiladas, y me dejó aquí aterido como un pollo desnudo de sus plumas.
Meduele moverme en estas ropas demasiado limpas, me duele respirar, porque el olor de la colinia me quema la nariz, la garganta y me hace sangrar los pulmones, no puedo volver a mi retiro, porque las ventanas están abiertas de par en par, el insoportable ambientador que me está matando, las medias relucientes que me laceran los huesos, y los dedos desnudos de uña, donde los nervios lloran, como la niña de la maldición de los zapatos rojos.

Iba a tirarme desde los ventanales del frente, pero está cercados por una reja blanca. La mujer del vestido blanco y las sonrisa plástica, me dice que tengo que ser positivo, salvar el mundo, y demás memeces.
Antes de dejar éste testimonio, la pluma y la tinta ocultas en un gabinete secreto que hice hace más de cien años cuando murió mi hermana en la guerra, antes de dejarlo terminado, dejo constancia de mi último plan:
Un arma, unas municiones, el cadáver de la enfermera correcta que arrinó mi hermita, y segundos después el mío.
Ya no aguanto más.

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