martes, 22 de diciembre de 2009

La dura comida

La tarde sola nos cansamos de correr y de correr.
Dichosos, vemos las bolsas arrugadas, los estómagos crispados que ya no aguantan más.
Silencio, en la sombra que proyecta el filo de la esquina de ladrillo, nos guarecemos de las armaduras de metal y luces de neón, con una macana de chispa y siseo dolorosos, que nos cazan sin ser de carne ni sabueso.
Sielncio, nada mueva un músculo, un nervio, como si viniese una anaconda a rompernos cada tuétano, silencio....

La bolsa es arrugada, áspera, pero comemos, comemos sin respirar, sin ver el hálito de los dientes amarillos en las luciérnagas que pasan delante de las lámparas. Con hambre, con desesperación, sin pausa para disfrutar la comida.

Si quieren decirnos que no tenemos decencia,vengan aquí, a vivir entre los subsuelos de la metrópoli que llega hasta más arriba de las nubes.
Ustedes talvez vean al mundo dividido entre los arribas y los abajos, entre ángeles y demonios, entre lo justo y lo que no, entre lo bello y lo repugnante, entre la ambrosía y la inmundicia...

Pero para nuestros objetivos, sólo existe la muchedumbre sin forma, la penumbra del cielo perpetuamente rojo, los ángeles de alas dragón, los demonios que viven en los cielos soleados que rebosan de aleluyas,las inmundicias que devoran los palaciegos y los manjares que se comen en las fondas de calle...

Por esta hora, vaciaremos la bolsa, comeremos justamente, gracias a las manos veloces y los pies silenciosos. Luego, nos retiraremos a nuestra guarida que está en toda la ciudad y en ninguna parte.

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