sábado, 12 de diciembre de 2009

La ciudad del rio

Entre la noche verdenegra, con los palacios que son islas, y los hombres caminan con sus botes, y las mujeres cuyo único brasier es el agua con nenúfares, vamos por los bosques de juncos, silenciosos como un pez en lo profundo.

La caravana avanza lenta en sus balsas, largas y afiladas, como agujas gigantes de madera,, en su proa, un remero con una pértiga enorme va empujando el fondo, apartando silenciosamente algas y lodo.

Rodando en silencio, los puertos dejan ver a trabajadores cargando cajas, o haciendo trueque con los que vienen o van, es útil semillero de espías e informantes. E incluso... muchos de nosotros empezamos allí.

Ojos en cada callejón, oídos en los palacios de los señores. No hay nada que podamos lograr en la ciudad, el trono detrás del trono.

Quien conozca las profundidades y las grandes palacios, es el amo de la ciudad.
Quien se codee con los ladrones, las putas, los señores y las reinas,los estafadores y los taberneros, los banqueros y los vendedores de la calle, tiene a la ciudad en su puño.

A nosotros nos interesa trabajar desde la noche, los túneles bajo el agua, en las alcobas de las aristócratas, las reuniones supuestamente secretas de los conspiradores, las falsas sonrisas de las mujeres de la calle, los pasos en la noche del ladronzuelo de baja monta.

No somos un ejército, no somos un culto, no somos una banda de criminales, no somos una de esas logias que están tan de monda en las ciudades ricas, con ricos muy aburridos de serlo.

Somos agua, somos río, somos niebla, no tenemos líderes, ni subordinados. Somos un monstruo de miles de manos y cabezas. Y la ciudad rica, que se guarece en los istmos del río, es nuestra guarida.

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